martes, 18 de diciembre de 2012

CARA COMO LA TUYA...



Es una tarde de diciembre como tienen que ser las tardes de diciembre en Sevilla, con todos sus avíos de humedad, de calles desiertas, de paraguas que se abren y se cierran, como una duda de la llovizna; de pájaros que revolotean y pían en un atardecer de árboles de plazoleta, tocando retreta y silencio ante la noche que viene con paso apresurado pero dejándose ir, porque sabe que los días más largos empiezan a llegar. Y desde la Catedral, por el Camino Real que trajo al Emperador Carlos hasta el Alcázar cuando vino a casarse con Isabel de Portugal, que tampoco elegía malamente los sitios de boda el hombre... Desde la Catedral, decía, por el Camino Real, Abades Alta, Corral del Rey, Alhóndiga, San Marcos, San Luis, me voy andando hasta el Arco de la Macarena. Hago al revés no sólo el camino nupcial de Carlos I, sino el de los emperadores de la Madrugada: el recorrido de los armaos cuando vienen desde las murallas de su jefe Julio César hasta las violetas de Sor Ángela, antes de que sean anualmente derrotados en lágrimas por El Que Todo Lo Puede en San Lorenzo.

Otros hacen el Camino de Santiago. A mí me gusta hacer el Camino de la Esperanza. No por nada, sino porque es más sevillano. Para ir a besar la mano de la Verdadera Madre de Dios en el día de su santo, me gusta hacer andando como un introito a la gloria: «Me acercaré al altar de la Madre de Dios» por las iglesias mudéjares, por las espadañas, por los cierros y balcones, por las tiendecillas de barrio, por los recuerdos de las barricadas del 36, por el serrín de las tabernas, por la televisión que suena desde un piso bajo como antes las coplas en las radios de cretona. 

Y ya, en el tiralíneas perfecto, cardo y decumano, Roma pura, de la calle San Luis, se ve al fondo el Arco. La gozosa cercanía de la Gracia. En el atrio, corrillos de trajes oscuros de cirios verdes, y el abrazo de aquel viejo armao a quien el pecho no le cabía en la coraza, de orgulloso que iba por los Altos Colegios y Omnium Sanctorum con los piropos de la gente de la Plaza de la Feria: «Óle los armaos con arte». La cola de los súbditos que vienen a rendir pleitesía a su Reina llega hasta donde estaba el Cine Bécquer. Entras y la basílica está como si fuera Jueves Santo por la mañana, sólo que sin los pasos montados. Qué más da, si, como cada diciembre, allí abajo está la Esperanza cuya mano venimos a besar todos los que confiamos en la certeza de su ancla. La Esperanza no sólo nos echa un cable en nuestras tribulaciones: hasta nos tira el ancla que arría esa maroma. 

Y arriba, impresionante, el regio sillón vacío. Y la escalera de la alfombra roja, por la que parece que la Reina acaba de bajar para acercarse a nosotros y ponerse a la altura de su pueblo. Y qué silencio. Sin saeta a la cruz de guía ni primitivos nazarenos. La Esperanza está de besamanos y se oye el silencio. El silencio de Sevilla. Las bocas calladas besan su mano. Impresiona tenerla aquí, cara a cara, imagen del mundo que su Hijo creó, cinco lágrimas que son cinco continentes, cinco siglos, cinco suspiros, cinco repelucos. 

Y ahora que he vuelto ya a casa y me he metido en el escritorio, suena en la memoria la vieja sevillana: «La Macarena y todo lo traigo andado»... Y he podido comprobar que cara como la tuya, Esperanza, no la he encontrado. Y tomo el último hermosísimo anuario de la Hermandad y releo allí al poeta Manuel Mantero. Cuenta que recibió en su casa de Georgia, en Estados Unidos, a un nuevo profesor de su Universidad, quien vio sobre un mueble una foto enmarcada de la Esperanza con mantilla blanca. Y creyendo que era alguna señora sevillana de la familia, comentó el americano: «¡Guapísima! Es la madre de su mujer, seguro.» Escribe Mantero: «Nos miramos mi mujer y yo. Respondió Nieves: “Sí, es mi Madre”.» 

Y La de todos nosotros, Nieves, y La de todos nosotros...

(Magnífico artículo dedicado a la Virgen de la Esperanza, obra de Antonio Burgos)

Con este precioso artículo quiero felicitar a todas las Esperanzas, entre las que se encuentra mi santa madre, la que me dió el ser y me parió macareno. Un beso mamá, te quiero.

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