martes, 8 de mayo de 2012

VANGUARDIA SUBVENCIONADA


 La principal obra de la muestra: «Una hoja de papel A4 hecha una bola»

 Fila de clavos, de diversos tamaños, clavados en una pared de la primera planta de la sala expositiva

 Vista del camelo expositivo celebrado en Madrid

A continuación, la breve historia de un timo.

La sala Alcalá 31 ocupa dos plantas de un edificio distinguido, situado en el tramo más elegante de esa calle madrileña. Se trata de una obra del arquitecto Antonio Palacios, el Gaudí gallego, que desparramó su creatividad por la capital a comienzos del siglo XX. En el 2002, la Comunidad de Madrid completó una ambiciosa rehabilitación del inmueble. Su gran nave, coronada por una airosa bóveda de cañón en pavés, funciona desde entonces como sala de exposiciones. Estos días acoge la muestra «Things/Cosas», del inglés Martin Creed, de 43 años. Según el folleto, «uno de los artistas internacionales más interesantes de su generación».

Dos guardias jurados te interceptan al entrar en el templo de Creed. Protocolo modelo aeropuerto: debes vaciarte los bolsillos y pasar por el arco. Medidas de seguridad lógicas cuando se custodian importantes obras de arte.

En la exposición, desierta, solo hay un visitante, un atildado cincuentón, que pasea por allí con aire absorto, como una suerte de entomólogo austrohúngaro. En una de las largas paredes se han pintado unas rayas verdes, tipo párking. Enfrente, enmarcados, un par de folios con una frase mecanografiada y la firma del gran Creed. En medio de la sala, un enorme cubo de madera, sin más. Un poco más allá, una pantalla de cine, en la que se proyecta una película. La pantalla está mayormente en blanco. Por momentos emerge media cabeza de un fulano, o un can escuchimizado correteando. Tras la pantalla, una de las obras cardinales de la muestra; se titula «Una hoja de papel A4 hecha una bola». Es un folio arrugado en forma de pelotita y metido en una urna, un golpe de genio que obliga a una honda meditación. En el piso superior, más quincalla: seis puntas clavadas en fila; otro folio blanco, esta vez roto en pedacitos por el maestro... Una vigilante vela por la seguridad de las piezas. Rumbo a la salida, te abordan dos visitantes maduros. Como llevas corbata, piensan que eres de la organización y se desfogan: «Oiga, esto es una auténtica mierda». Manguerazo de sentido común.

La exposición ha costado cien mil euros del erario público. No es la primera vez que el pícaro coloca su mercancía en España. En mayo expuso en Vigo, en otro museo público. La obra consistió en llenar una sala de globitos azules. Los chistes de Creed, «unos trabajos resultado de una rigurosa fórmula», según el catálogo, no son modernos ni originales. Bajo su apariencia rompedora, vende remedos facilones de provocaciones vanguardistas estrenadas hace noventa años. En 1917, el urinario de Duchamp tuvo su punto. Era el primero. Hoy, resulta pasmoso que las administraciones sigan gastándose un dinero que no tienen en paridas que plagian provocaciones mil veces vistas. Si se lo dices a un esnob, te tildará de analfabeto plástico. Si se lo comentas a alguno de los comisarios o críticos que viven de conceptualizar la nada, te responderán, probablemente a berridos, que eres, amén de un ignorante, «un reaccionario».

-Magnífico artículo de opinión firmado en las páginas de ABC de Sevilla por Luis Ventoso-

(Texto by ABC de Sevilla; foto by madridfree.com)

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