La cuadrilla de costalero de Ntro. Padre Jesús de las Tres Caídas, con sus capataces y auxiliares, junto a N.H.D. Juan Ignacio Zoido, el cual durante sus ratos libres ejerce de Alcalde de Sevilla.
El loco tiempo que hemos padecido en esta pasada Semana Santa nos he permitido pocos momentos de gozo y si muchos de angustias. Y entre esos momentos de gozo estuvo la pequeña tregua que concedió en la tarde del Viernes Santo, permitiendo la salida de las Hermandades de la Soledad de San Buenaventura, la O, San Isidoro, Montserrat y la Mortaja.
Los que sean seguidores o lectores habituales de este blog, o lo hayan visitado con cierta regularidad sabrán que, desde hace tres años, formo parte la Hermandad de San Isidoro, concurriendo en la tarde del Viernes Santo como costalero del Señor de las Tres Caídas. Recuerdo algunos Viernes Santos pasados como, cuando veía el discurrir de esta Hermandad por la Cuesta del Rosario, le comentaba a mi niña Pilar lo que me gustaba y atraía la estética de esta simpar cofradía. Cristo Caído, doliente, en la delantera del paso, casi buscando consuelo y ayuda en cada rezo o "Padrenuestro", ayudado por el Cirineo, la mejor figura secundaria de la Semana Santa de Sevilla sin ningún género de dudas. Y tras Él, la Domus Áurea que cobija a la belleza monacal de la Virgen del Loreto.
No sabía yo, echando la vista atrás, que la vida me depararía conocer a la cuadrilla de costaleros del Cristo de San Isidoro, a los equipos de capataces de ambos pasos, compartir una procesión de Corpus con la cuadrilla del Señor y comprobar el excelente ambiente que rodea a este gran grupo humano.
Desde que decidí enrolarme en la cuadrilla de los "locos de la Costanilla", todo han sido vivencias, recuerdos y emociones. Solo tengo palabras de aliento y agradecimiento para mi capataz, Antonio Hierro, y sus auxiliares, Manuel Hierro "Sacarino", Vicente Aragón, Canijo y Luismi Fajardo.
Salir de costalero en San Isidoro me ha permitido disfrutar de otra Semana Santa de contrastes, de matices, distinta por completo a lo vivido unas horas antes por la calle "ancha la Feria". De la alegría desbordante de la Madrugá, al recogimiento. De las vivencias macarenas a la sobriedad isidoriana. Es como si yendo por Torneo, entrases en el Monasterio de San Clemente y te refugiases en la quietud, la paz y la calma del cenobio cisterciense.
Impresiona entrar en la iglesia del copatrón de Sevilla, cuyos restos reposan en León, y ver el bosque de altas atalayas negras, casi como cipreses en un cementerio, esperando la llegada de la Virgen del Loreto. Silencio, vivencias de fe que se agolpan en tu interior que tal vez solo rompa el canto dolorido de una saeta, el sonido del órgano, las voces de los capataces o el rachear de los costaleros. Y entonces, al requerimiento del Hermano Mayor, se produce la sinfonía perfecta, que se repite cada año. A la voz de "¡hermanos, descúbranse!", todos al unísono, repitiendo una coreografía ensayada año tras años, a lo largo de los siglos, los nazarenos isidorianos se desprenden de su alma de cartón para realizar las oraciones finales en honor de sus Titulares y los hermanos difuntos, antes de partir hacia sus domicilios en recogida, siempre por el camino más corto.
Si la Macarena es la cofradía que soñó Rodríguez Ojeda y Joselito, la popularidad y la alegría que habrían plasmado posiblemente en un lienzo pintores como Gustavo Bacarisas o Gonzalo Bilbao, San Isidoro parece que fuera soñada por el mismísimo D. Miguel de Mañara, para avisarnos de nuestros excesos en la vida terrenal y constreñir nuestra Alma.
Vivencias isidorianas que tal vez, solo tal vez, tengan difícil explicación.
(Foto by Ramón Manso Hierro)
No sabía yo, echando la vista atrás, que la vida me depararía conocer a la cuadrilla de costaleros del Cristo de San Isidoro, a los equipos de capataces de ambos pasos, compartir una procesión de Corpus con la cuadrilla del Señor y comprobar el excelente ambiente que rodea a este gran grupo humano.
Desde que decidí enrolarme en la cuadrilla de los "locos de la Costanilla", todo han sido vivencias, recuerdos y emociones. Solo tengo palabras de aliento y agradecimiento para mi capataz, Antonio Hierro, y sus auxiliares, Manuel Hierro "Sacarino", Vicente Aragón, Canijo y Luismi Fajardo.
Salir de costalero en San Isidoro me ha permitido disfrutar de otra Semana Santa de contrastes, de matices, distinta por completo a lo vivido unas horas antes por la calle "ancha la Feria". De la alegría desbordante de la Madrugá, al recogimiento. De las vivencias macarenas a la sobriedad isidoriana. Es como si yendo por Torneo, entrases en el Monasterio de San Clemente y te refugiases en la quietud, la paz y la calma del cenobio cisterciense.
Impresiona entrar en la iglesia del copatrón de Sevilla, cuyos restos reposan en León, y ver el bosque de altas atalayas negras, casi como cipreses en un cementerio, esperando la llegada de la Virgen del Loreto. Silencio, vivencias de fe que se agolpan en tu interior que tal vez solo rompa el canto dolorido de una saeta, el sonido del órgano, las voces de los capataces o el rachear de los costaleros. Y entonces, al requerimiento del Hermano Mayor, se produce la sinfonía perfecta, que se repite cada año. A la voz de "¡hermanos, descúbranse!", todos al unísono, repitiendo una coreografía ensayada año tras años, a lo largo de los siglos, los nazarenos isidorianos se desprenden de su alma de cartón para realizar las oraciones finales en honor de sus Titulares y los hermanos difuntos, antes de partir hacia sus domicilios en recogida, siempre por el camino más corto.
Si la Macarena es la cofradía que soñó Rodríguez Ojeda y Joselito, la popularidad y la alegría que habrían plasmado posiblemente en un lienzo pintores como Gustavo Bacarisas o Gonzalo Bilbao, San Isidoro parece que fuera soñada por el mismísimo D. Miguel de Mañara, para avisarnos de nuestros excesos en la vida terrenal y constreñir nuestra Alma.
Vivencias isidorianas que tal vez, solo tal vez, tengan difícil explicación.
(Foto by Ramón Manso Hierro)
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