Dicen que todo cofrade, en lo más profundo de su ser, lleva escondido un prioste. Y es ese anhelo, quizás no reconocido públicamente, el que le lleva a pensar, viendo un altar de cultos de su hermandad, "aquella vela está torcida", "yo le habría puesto otras flores" o "si me dejaran montar a mí el Besamanos que tengo en mi mente..".
Y dicen también que toda madre de cofrade, cuando ella también comparte la pasión de su hijo, lleva implícita en su ser un vestidor o tal vez un mozo de espada. Ellas, cuando procedemos a vestirnos con cualquiera de las túnicas de nuestras corporaciones, están atentas a todo detalle, como un buen hombre de confianza de un matador de toros. El pañuelo blanco para que no se vean las cuerdas que cierran el cinturón de esparto, los imperdibles para la capa, la cinta del capirote que me dijo el niño que le molesta..., pequeños detalles que, quizás por insignificantes, aveces ni siquiera entramos a valorar. ¡Y es que son muy parecidos los rituales, las horas previas a una estación de penitencia, a los de una corrida de toros!
Nervios, rezos, estampas, amuletos (la medalla, tal un rosario o quizás la esclava del abuelo o la sortija de tu padre que ya no está..) acompañan a ese ritual anual. Por eso, el cofrade con alma de prioste, suele escoger un rincón, para él privilegiado, donde expone sus túnicas, o su ropa de costalero, o su ropa de armao, o su cántara de aguaor, cual "altar de insignias doméstico". Y junto a él, todos los detalles que conformen ese atuendo: sandalias, zapatillas, manoletinas, cordones, guantes, capirotes, medallas e incluso la papeleta de sitio.
En mi casa, ese sitio fue siempre el viejo tresillo de mimbre que nos trajimos de la casa que nuestra tía abuela Dolores tenía en Carmona; primero en la entrada del piso, luego en el despacho de mi padre, hasta que hace unos años, no sé porqué, fue trasladado injustamente a la playa, con las de vivencias cofrades que acumula dicho tresillo. Allí se amontanaban, pero perfectamente ordenadas, seis túnicas seis, cual cartel de corrida de toros; tres de la Bofetá y tres de la Macarena, aunque algunos años hubo hasta ocho, incluso con alguna túnica negra de Santa Cruz.
En el caso de mi amigo Jesús Fernando Aguilar Pereyra ese escogido rincón es una esquina de su salón, junto a una ventana, donde expone sus tres ternos, la túnica de la Bofetá, la túnica de las Cigarreras y la túnica del Calvario, con sus correspondientes "arreos": medallas, capirotes y sandalias y esparto estrecho, manoletinas con hebillas y cíngulo y zapatillas de esparto y esparto ancho (por este orden). Y como buen prioste, culminada la estación de penitencia, la insignia, en este caso la túnica, vuelve a ocupar su lugar en el improvisado altar, aunque traiga ya las medallas de la dura batalla, como son las gotas de cera tiniebla que luce la túnica bofetera.
Pequeños detalles de las "priostías domésticas" que solo los cofrade somo capaces de comprender. Y tal, solo tal vez, también nuestras madres.
(Foto by Jesús Fernando Aguilar Pereyra)
Felicidades por la entrada, se te ocurre cada cosa que hacen de este, tu sitio en internet, un rincón cada vez más acogedor.
ResponderEliminarUn abrazo amigo, enhorabuena.
Amigo, yo intento que todo el mundo se sienta en mi blog como en su casa y que las vivencias que transmito las sientan como suyas.
ResponderEliminarSi consigo en algún momento haceros felices, creo que la existencia de este blog está más que justificada.
Un abrazo y gracias
Mu bonito y mu bonita las fotos.
ResponderEliminarAbrazos Faé.