¡Qué me pellizquen y me digan que esto no es un sueño! ¿Qué no es el "Día de los Inocentes" o que se está conmemorando el "Entierro de la Sardina" del perdido Carnaval de Sevilla, tornado aquí bacalao? O mejor dicho "teleósteo", como les ha dado por decir en estos días a los cursis, especialistas repentinamente en biología marina.
Partamos de la base de que la idea en sí, me gusta; en más, la comparto como un trozo de nuestra memoria histórica más cercana, reciente y popular que no está demás recuperar. Pero el resto me parece un auténtico disparate, entre sainete de los Álvarez Quintero, astracanada de Muñoz Seca y película de Buñuel. Y me explico...
En la esquina en las que confluyen las calles Argote de Molina (así llamada en honor a dicho escritor y filósofo nacido en nuestra ciudad en el s. XVI) y Placentines (así rotulada en honor de los "piacentinos" u oriundos de Piacenza -Italia- afincados en nuestra ciudad) existió una tienda de ultramarinos o de coloniales que respondía al nombre de "El Brillante" inaugurada en 1922 y clausurada en 1976, al declararse el edificio en el que se asentaba en ruinas. Como estandarte de dicho establecimiento figuró en su fachada un glorioso lomo de bacalao, el cual fue retirado al cierre del mismo.
Ese bacalao del "Brillante" es el que terminó por rotular para el nomenclátor popular de la ciudad a las referidas calles como "Cuesta del Bacalao", dónde las cofradías compiten en su discurrir por hacer la más bellas y acompasadas subidas con sus correspondientes pasos. Ahora, a iniciativa de un grupo de empresarios, encabezados por el bueno de Luis Miguel Martín Rubio, se ha decidido restaurar y reponer en su esquina al emblemático lomo de bacalao.
La iniciativa, siendo magnífica, ha tornado en una suerte de ceremonia civil, más propia de moyatosos a los que una idea se les va de las manos, tal como ocurría con la procesión de la "Pata de Pollo" que recorría las calles del Real de la Feria hace unos años o como los premios que la denominada "Caseta Dolorosa" entrega a la cofradía que mejor discurre por el tramo de calles donde ahora se asienta el repuesto bacalao.
En esta ciudad de la ojana, en la que multitud de escritores y periodistas locales cantan melancólicamente al decaimiento del nivel cultural de Sevilla, esos mismos que recurren a Laffón, Cernuda, Rafael Montesinos, y un largo etcétera para justificar la crítica a algo que no les gusta, como por ejemplo el Pregón de la Semana Santa o el cartel de los toros de la Real Maestranza de Caballería, son los mismos que ahora aplauden esta ceremonia sin sentido, con presencia de banda de música incluida.
Hubo loa a las tiendas de comestibles desaparecidas, hubo discurso del Alcalde convertido en una especie de trasunto de Pepe Isbert en la recordada película berlanguiana "Bienvenido Mr. Marshall", abrazafarolas de distinto pelaje, cofrades jartibles, empresarios y los más granado de la sociedad civil sevillana, de Carlos Herrara y Antonio Burgos a Carlos Bourrelier, Presidente del Consejo de Cofradías de Sevilla. Solo faltaban el Sr. Arzobispo y la Duquesa de Alba con sus dos "inseparables", Curro Romero y Carmen Tello.
Dos dudas me asaltan ahora. La primera es qué imagen queremos vender de nuestra ciudad a nuestros propios convecinos y al exterior, pues lejos de lo tradicional esto se parece más bien a la consabida España de la manola, el torero, la pandereta y las castañuelas. Y la segunda, conociendo los consabidos actos vandálicos que afectan y azotan a gloriosos monumentos de nuestra ciudad, del que no se han salvado ni la "fuente de los Meones" de la Puerta de Jerez o la estatua de Velázquez en la Plaza del Duque, por citar dos claros ejemplos, no le arreo las ganancias al pobre bacalao. En menos que canta un gallo -y no precisamente el que figura en el misterio del Carmen Doloroso-, aparecerá ora cubierto de graffitis, ora quemado, ora roto y si no, al tiempo.
Más valdría haber puesto una alegoría broncínea, integrada como un elementos escultórico y decorativo de la propia fachada, tal como sucede con el conocido caracol de grandes dimensiones, -obra del escultor Chiqui Díaz-, situado en la calle Puente y Pellón. Habría sido darle una vuelta de tuerca magistral a una curiosa anécdota.
El resto, es un puro chascarrillo, una película barata de serie "B", que me hacen sentir vergüenza ajena como sevillano que se duele por su ciudad. Habrá quien ahora me tache de demagogo, pero no me importa. Que en una ciudad donde monumentos del calibre de Santa Catalina o los conventos de San Leandro y Madre de Dios están en riesgo evidente de desplome, azotada por el paro y la crisis, no me parece de recibo que se orqueste toda esta patochada para reponer un trozo de madera en la esquina de una calle. Misma calle en la que, por cierto, tuvo su casa la escritora Blanca de los Ríos, de la que no queda ni un triste recuerdo, la cual fue derriba sin que nadie alzase entonces la voz (si acaso, Antonio Burgos en un recuadro de su ABC de Sevilla).
Dos dudas me asaltan ahora. La primera es qué imagen queremos vender de nuestra ciudad a nuestros propios convecinos y al exterior, pues lejos de lo tradicional esto se parece más bien a la consabida España de la manola, el torero, la pandereta y las castañuelas. Y la segunda, conociendo los consabidos actos vandálicos que afectan y azotan a gloriosos monumentos de nuestra ciudad, del que no se han salvado ni la "fuente de los Meones" de la Puerta de Jerez o la estatua de Velázquez en la Plaza del Duque, por citar dos claros ejemplos, no le arreo las ganancias al pobre bacalao. En menos que canta un gallo -y no precisamente el que figura en el misterio del Carmen Doloroso-, aparecerá ora cubierto de graffitis, ora quemado, ora roto y si no, al tiempo.
Más valdría haber puesto una alegoría broncínea, integrada como un elementos escultórico y decorativo de la propia fachada, tal como sucede con el conocido caracol de grandes dimensiones, -obra del escultor Chiqui Díaz-, situado en la calle Puente y Pellón. Habría sido darle una vuelta de tuerca magistral a una curiosa anécdota.
El resto, es un puro chascarrillo, una película barata de serie "B", que me hacen sentir vergüenza ajena como sevillano que se duele por su ciudad. Habrá quien ahora me tache de demagogo, pero no me importa. Que en una ciudad donde monumentos del calibre de Santa Catalina o los conventos de San Leandro y Madre de Dios están en riesgo evidente de desplome, azotada por el paro y la crisis, no me parece de recibo que se orqueste toda esta patochada para reponer un trozo de madera en la esquina de una calle. Misma calle en la que, por cierto, tuvo su casa la escritora Blanca de los Ríos, de la que no queda ni un triste recuerdo, la cual fue derriba sin que nadie alzase entonces la voz (si acaso, Antonio Burgos en un recuadro de su ABC de Sevilla).
Solo me queda el consuelo de saber que la reposición del bacalao en esta esquina me devuelve un trozo de la Sevilla que conocieron mis ancestros, donde mis abuelos compraban con bastante frecuencia en las décadas de la pasada centuria.
(Foto by ABC de Sevilla)
Se puede decir más alto pero no más claro. Un abrazo hermano.
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