miércoles, 3 de octubre de 2012

CRÓNICAS DE LA ESPERANZA*



En las lides de la vida, como en los estratos donde su plus ultra establece sus fronteras con la eternidad, se van abriendo frentes, campos de batallas, donde cavamos trincheras para protegernos de la severidad de los ataques que nos lanza la enfermedad. Siempre estamos dispuestos pertrecharnos en los terraplenes y enfrentarnos a estas contingencias y solemos desafiar su severidad sin importarnos la virulencia del enemigo porque nos sentimos capaces de provocar su derrota, de hacerlo huir despavorido. Este sentimiento de superación nos hace fuertes frente a la adversidad, nos eleva en la condición de la victoria.

Desde hace unos días estamos siendo testigos, porque hay un cronista que nos mantiene en vilo con sus palabras, que nos revienta las emociones con las suyas transcritas porque las plasma con la sangre de la sangre que narra, de la cruenta batalla que viene protagonizando nuestro querido amigo Pepo, una lucha que no tiene más horizonte que el de la victoria. Nada puede quien se enfrenta a valientes, quiénes esconden y esbozan sus miedos en una sonrisa. Ese es el arma que tanto poder atesora, ese es el escudo que repele la desgracia que intenta cebarse y atravesar su alma. ¿Dónde se esconderá cuando se enarbole el senatus que anuncie la derrota?

Piensa el cruento enemigo que no hay luces capaces de alumbrar su destino, que el futuro se encoge cuando ella se presenta, ignorando que cuenta con la mejor formación para el combate, que está instruido por la mejor de las escuadras, que adocena en sus filas el mejor de los aliados y que cuenta con el pendón que anuncia la mejor de las vidas, la que se asoma en los pretiles del cielo con el nombre de Esperanza. A este mástil se aferra y ancla su vida. A esa ilusión se agarra y entorno suyo se conforma la legión que mejor conoce de la bravura de sus fuerzas, esa que relumbra cuando la luna derrocha su plata, esa que aúna sus ímpetus para deshacer la injusticia que proclama un relator y declama el lavado de unas manos que quisieron pasar por sanas y vertieron inmundicias en el fondo de la palangana.

Es Pepo mílice en la aspiración más noble del sentimiento, el que florece en las simas del alma y es capaz de enaltecer los más oscuros propósitos, de enervar los aciagos pensamientos y tergiversar las tristezas hasta conseguir su eclosión en la alegría, recluta en instrucción, que no es cosa baladí soportar el paso del tiempo mientras se consiguen los galones que dan derecho a formar en la gandinga de las centurias que Roma dejó de guardia en la Resolana para no volver a caer en el mismo error de sentenciar a inocentes, para defender injusticias y alentar la fraternidad inequívoca con la que se ungen los macarenos. Por eso lleva mucho ganado en la guerra que libra. Por eso mantiene tanta ilusión en el fragor del combate porque se sabe arropado por la mejor formación de espíritus, porque siente el abrigo de la amistad y la protección de las manos asidas a unas lanzas que son capaces de atravesar la maldad que muestra con virulencia sus ejércitos frente a las almenas que guardan el mejor tesoro de la cristiandad y que es ahora su amparo, su reposo, su defensora. Allí se ha apostado, con expectación y ansias para la victoria final, para acrecentar su fe y mantener la confianza, no como un hito inalcanzable, sino como una realidad palpable, ineludible; no como una brega decepcionante, sino en la creencia y la confianza de la obtención de un triunfo irrefutable.

Gloria a ti, Pepo, salve encomio de la paciencia y la resignación, porque pronto te veremos, como a los viejos cónsules macarenos, que se apostaban en el atrio para sentenciar la mejor verdad, para descubrir y anunciar que la única razón que guía nuestros sentimiento reside en el entrecejo de la gran dama en la que se refleja Dios, soltando la toga merina para enfundarte la argéntea coraza y las espumas que rematan la provisión de la grandeza, de la fuerza que serás incapaz de contener, lanza al hombro y rodela al cuadril, cuando cruces la mirada, en la mañana del viernes santo, con el Cristo que nos atrae a su Sentencia, que nos embauca en el amor y en la Esperanza, ésa misma que se trasluce en estos días en tu persona y que nos transmites como una gracia inmerecida para quienes somos testigos de tu entereza.

* A Pepo Ríos.

(Precioso artículo de mi amigo Antonio García Rodríguez publicado en su propio blog personal. Si quieres ver el enlace original pincha aquí)

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