Sobre las ocho de la tarde del viernes, el profesor Francisco Arquillo dio por concluido su trabajo y entregó la Virgen a la hermandad. En el antecamarín, donde se han llevado a cabo las tareas estaba la Esperanza, con el rostro más lozano, con las manos perfectas y con ese aspecto humano que solo ven las Hermanas de la Cruz cuando le cambia de ropa. Arquillo estaba satisfecho. Se había cumplido el cronograma y la Virgen estaba bien después de 34 años de la última restauración. Esto ha sido posible -según el veterano profesor- por la continua vigilancia y por el seguimiento realizado. Una práctica sin duda a imitar.
Como estaba previsto, a la Esperanza se le han puesto nuevas articulaciones, se le ha resanado la tela verde del candelero aunque embellecida con galones y otros elementos, se le ha colocado el corpiño de piel para evitar los alfilerazos y, lo que más se notará, se le ha practicado (lo ha hecho personalmente Francisco Arquillo) una limpieza para retirar la suciedad. Esta intervención ha dado como resultado el que vemos: la Esperanza tiene el color del rostro más vivo. La vitalidad de la policromía ha acentuado de manera notable el rubor de las mejillas que ahora es mucho más intenso que antes.
Quizá algún siglo de estos alguien plantee naturalizar este detalle de su cara. El magnetismo de la Virgen puede que nos impida fijarnos en las manos donde se ha hecho un trabajo fabuloso. Tras entregar a la Imagen a los suyos, los priostes, las camareras y Pepe Garduño la prepararon para el rencuentro con los devotos. Le pusieron la saya de Paquili, el manto verde con bordados del Juan Manuel y la corona de oro.
Ahí estaba de nuevo La Esperanza. Gracias a Arquillo, a su hermano Joaquín, a su hijo David, a Juan García León, a Sheila, Ana, Esther y Arancha. Este ha sido para la Macarena, el equipo médico de cabecera que le ha devuelto toda la salud.
(Texto by Fran López de Paz -José Cretario- en Gota a Gota de ABC de Sevilla; foto by Sandra Arenas)
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