Eran las ocho de la tarde. La explanada de la basílica de la Macarena mostraba ya síntomas de lo que está por venir. Desde bien entrada la calle Bécquer había personas marcando el recorrido por el que tendría que pasar el cortejo. Dicen que ése es el mejor medidor de bullas. En la Macarena, ya se adivinaba que el Vía-Crucis sería multitudinario.
En el territorio de la Esperanza no había balcones engalanados de verde. Ayer todos los ojos eran para Él. Por un día, el Señor de la Sentencia se convertiría en el protagonista absoluto del barrio de la Macarena. El día de las devociones íntimas.
Allí estaban los más veteranos. Aquellos que nacieron más allá de las penurias de la guerra, que tuvieron al Señor en su casa y engrandecieron una hermandad que ya no podía ser más grande. Detalles como el de sentar a los mayores en el dintel de la puerta para ver pasar al Hijo de la Esperanza, demuestran que así se cuida la historia más viva de la corporación.
Cuando se detenía ante sus más antiguos devotos, se hizo el silencio, sólo roto por el tañer de las campanas que marcaban las nueve de la noche y el ruido de los miles de flashes que captaban unos de los actos más esperados de la Cuaresma. Alguno era capaz de sacar fuerzas para ponerse en pie. Las lágrimas asomaban. Y no era la Esperanza.
Hasta 300 hermanos formaron un cortejo que parecía una línea del tiempo. De los niños del primer tramo, a los mayores que precedían al Señor. Y muchísimos jóvenes macarenos, que ayer se distribuyeron para leer las catorces estaciones a lo largo del recorrido.
Este año, además, estaban señalizadas por cruces de penitente portadas por miembros del grupo joven, iluminadas por hachetas. Una vez rezada cada estación, estas cruces se incorporaban detrás de las andas del Cristo. Era la novedad del día.
Si una imagen captara una perspectiva cenital de los alrededores del Arco, Basílica y las calles San Luis y Bécquer, pondría de manifiesto la ingente multitud que allí se concentraba. Sin duda, junto con el Vía-Crucis de las Cofradías, es siempre el acto más multitudinario de la Cuaresma.
El Señor cruzaba el Arco a los sones de la música de capilla y de la magnífica coral de la hermandad, y se perdía por las calles del barrio. Allí, los fotógrafos se afanaban en recoger la figura del Señor, envuelto en una nube de incienso, atravesando la puerta del universo macareno, allí donde en poco más de 40 días, llegará la Esperanza para poner orden y desatar todas las emociones.
En el territorio de la Esperanza no había balcones engalanados de verde. Ayer todos los ojos eran para Él. Por un día, el Señor de la Sentencia se convertiría en el protagonista absoluto del barrio de la Macarena. El día de las devociones íntimas.
Allí estaban los más veteranos. Aquellos que nacieron más allá de las penurias de la guerra, que tuvieron al Señor en su casa y engrandecieron una hermandad que ya no podía ser más grande. Detalles como el de sentar a los mayores en el dintel de la puerta para ver pasar al Hijo de la Esperanza, demuestran que así se cuida la historia más viva de la corporación.
Cuando se detenía ante sus más antiguos devotos, se hizo el silencio, sólo roto por el tañer de las campanas que marcaban las nueve de la noche y el ruido de los miles de flashes que captaban unos de los actos más esperados de la Cuaresma. Alguno era capaz de sacar fuerzas para ponerse en pie. Las lágrimas asomaban. Y no era la Esperanza.
Hasta 300 hermanos formaron un cortejo que parecía una línea del tiempo. De los niños del primer tramo, a los mayores que precedían al Señor. Y muchísimos jóvenes macarenos, que ayer se distribuyeron para leer las catorces estaciones a lo largo del recorrido.
Este año, además, estaban señalizadas por cruces de penitente portadas por miembros del grupo joven, iluminadas por hachetas. Una vez rezada cada estación, estas cruces se incorporaban detrás de las andas del Cristo. Era la novedad del día.
Si una imagen captara una perspectiva cenital de los alrededores del Arco, Basílica y las calles San Luis y Bécquer, pondría de manifiesto la ingente multitud que allí se concentraba. Sin duda, junto con el Vía-Crucis de las Cofradías, es siempre el acto más multitudinario de la Cuaresma.
El Señor cruzaba el Arco a los sones de la música de capilla y de la magnífica coral de la hermandad, y se perdía por las calles del barrio. Allí, los fotógrafos se afanaban en recoger la figura del Señor, envuelto en una nube de incienso, atravesando la puerta del universo macareno, allí donde en poco más de 40 días, llegará la Esperanza para poner orden y desatar todas las emociones.
(Foto by Kiosko.net; texto ABC de Sevilla, artículo de Javier Macías)
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