Inenarrable vídeo que muestra al recordado capataz, Manolo Santiago, capataz de capataces, maestro de maestros, al frente del Señor de la Resurrección, en sus últimos años como capataz, antes de que una cruel enfermedad nos privase para siempre de su voz y de sus maneras.
La instantánea es en la calle Sor Ángela de la Cruz ante el Convento de las Hermanas de la Cruz, por las que Manolo sentía verdaderos cariño y respeto, por su desvelo por los más necesitados.
Y quiero especialmente dedicarle especialmente esta entrada a mi amigo y hermano "bofetero" Javier Padilla que el pasado Domingo de Ramos se estrenó como nazareno de la Resurrección.
Les dejo con el "maestro". Disfrútenlo.
Que vídeo más mítico...este hombre eres un fuera de serie en todos los sentidos, en este video ya estaba el pobre hombre en las ultimas, medicado hasta las trancas y aun así saca fuerzas para hacer esto...increible, que suerte han tenido los costaleros que han podido ponerse bajo las ordenes del que quizás sea el mejor capaza que se a puesto de lante de un paso...
ResponderEliminarbuena entrada Rafa, un abrazo¡¡
Inenarrable, tú lo has dicho, amigo Rafa. Qué arte Dios mio! No me canso de ver a este buen hombre decir maravillas por su boca,que Dios lo tenga en su gloria. Un abrazo
ResponderEliminarQuiero compartir con vosotros una experiencia poco conocida que tuve la suerte de vivir junto a Manolo Santiago. Manolo Santiago vivía muy cerca de donde yo vivo.
ResponderEliminarCorría el año 1995, cuando con 18 años y siendo un mocoso me iniciaba en el mundo del costal, concretamente ensayando en el palio de la Virgen del Dulce Nombre cuando aún lo mandaba Alejandro Ollero.
En aquel ensayo, cuando discurría por la calle Arroyo, nos lo encontramos, cogido del brazo de su hija y ya gravemente enfermo. Se paró el paso delante suya y se le invitó a hacer una levantá. Ese hombre, henchido y hundido, sacó fuerzas de flaquezas, se repuso y llamó al paso. Os aseguró que ha sido la vez que alguien me ha hablado con más cariño (yo igualaba en la corriente de primera). La levantá fue prodigiosa, fuerte, recia, solemne.
Pasados los años aún la recuerdo. Solo unos meses después fallecía, pero siempre me quedará el recuerdo de aquella mítica levantá en la que pareció que ese hombre se despedía para siempre de lo que más ha querido, aparte de a su familia, sus costaleros.
Gracias por dejarme compartir esta vivencia con vosotros.