viernes, 26 de febrero de 2010

EL CRISTO DE MI MADRE




Esta noche volverá a transitar por las recoletas calles del barrio de Santa Cruz el Cristo de mi madre, su Cristo de las Misericordias de Santa Cruz. Estamos ante el Vía-Crucis más clásico y más bello de Sevilla. Clásico por la de años que lleva celebrándose y bello por el transitar por el que discurre, calles que dificilmente podrían sentir la presencia de Cristo, si no fuese por este Vía-Crucis.

Para mi madre si la Esperanza Macarena es su Virgen, su Cristo indiscutiblemente es el Cristo de las Misericordias. Veintisiete años viviendo junto a la Parroquia, entre las calles Mateos Gago y Mesón del Moro, sin duda marcan, sobre todo si se tiene por ilustre vecino a tan maravilloso Crucificado.

Cuando de pequeño ella ya intuía de la primacía en mi corazón del Señor de la Sentencia sobre cualquier otra devoción cristífera, se conformaba con decirme: "Yo me conformo con que lo quieras un poquito".

Cada vez que está preocupada, nerviosa, o algún runrún ronda su cabeza o su corazón, siempre se acoge su Cristo de las Misericordias. Ella, que pensaba que se moriría sin verme vestido con la túnica de ruán negro, dada mi filiación bofetera, se llevó la gran alegría de su vida cuando en el 2004, coincidiendo con la celebración del Santo Entierro Magno, decidí salir el Sábado Santo con cirio inhiesto de cera roja, cola al brazo y alto capirote. Su cara de felicidad todo lo decía.

Hoy de nuevo su Cristo volverá a recorrer las calles del barrio de Santa Cruz, y nuevamente allí estará junto a Él, para rezarle, para pedirle por los suyos y por los que ya no están. Por su padre, por sus abuelos, por su hermana Teresa, quien se fue al cielo con el privilegio de que el Señor de las Misericordias fuese a su casa a despedirse de ella.

Yo, humildemente, quiero dedicarle esta entrada a mi madre, a la devoción que siente por su Cristo, porque seguro estoy que Él sabrá premiárselo el día de mañana.

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