Aunque lo han abandonado
Y al eterno Padre clama
Desde el madero clavado
Misericordias derrama
El clavel de tu costado
Paseas por las calles de Sevilla, clavando Tus ojos misericordiosos al cielo, buscando consuelo a tanta amargura, ya en un balcón, ya en una fachada de tu vecindario -en el que hace años las ventanas permanecen cerradas, porque sus ilustres moradores partieron a Tu encuentro, dejando la casa vacía-, ya en el trinar de los vencejos y golondrinas.
Tienes por vecinos a ilustres de Sevilla, desde la Giralda a la antigua Judería, pasando por familias históricas de apellidos rimbombantes que ocultan bajo cortinas ajadas aterciopeladas o adamascadas, su pobreza vergonzante.
Pero cada Martes Santo, por cientos se multiplican las que tras de Ti caminan para pedirte por algo o por alguien, para darte las gracias por esto o por aquello, convirtiéndose en el paradigma sevillano de las mujeres que fueron a tu encuentro en la calle de la Amargura, acompañando en sus Dolores a la Virgen de la Antigua. Se bien de lo que hablo, pues una de ellas es mi madre, la que se refiera a Ti como "mi Cristo". La que siempre musita la misma cantinela cuando las circunstancias la superan: "Padre mío de las Misericordias, dame paciencia".
Se que desde ayer se habrá encomendado a Ti cientos de veces, ya en la fotografía de su mesita de noche o en el retablo cerámico que preside nuestro salón. Sea donde sea, seguro que te pide lo mismo que ayer rezaba yo en S. Lorenzo y esta misma mañana en la Basílica.
Cuida del que un día fue tu penitente, protégelo, y que todo salga bien. Que Tú Misericordia sea infinita con él y que, tal como le pedía a mi Esperanza, cuídalo como mi tesoro más preciado.
(Foto by Boletín Hermandad de Santa Cruz, Cuaresma 2012)
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