Los hermanos Ariza, Pepe y Rafael, en una añeja fotografía de ambos ante el paso de la Soledad de San Lorenzo
(Reproduzco el bello artículo que ayer dedicó Francisco Robles, en ABC de Sevilla, a la dinastía de los Ariza)
No hay nada más hondo que este otoño recién nacido, este pasaje oculto de la ciudad que se encuentra consigo misma en el silencio de sus verdades. En Sevilla se pregonan las mentiras y se proclaman los embustes mientras se callan las cuatro verdades del barquero. Verdades que cruzan el río que va a dar en la mar, que es el morir. No hay más verdad que la muerte ni más vencedora que la Esperanza: he ahí la certeza que se susurra cada noche del Viernes cuando la O, esa forma redonda de la Espera, regresa por la calle que lleva el nombre de su Pureza. Una calle por la que pasará, a partir de ahora, la sombra de Rafael Ariza.
—Oiga, ¿por qué escribe usted sobre un capataz con la que está cayendo en la ciudad?
—Por eso, señora, porque es mucho más importante un capataz que sabe llevar un paso como los cánones mandan, que esta cuadrilla de papafritas que no tienen ni idea de cómo se lleva una ciudad.
—Si por algo me gusta usted es por lo poco que se le entiende…
Si Sevilla fuera tratada con el mimo y la pasión que derrochan sus capataces delante de sus pasos, otro gallo nos cantaría, y no el gallo de las negaciones, de las falsedades, de los enjuagues, del uso y abuso de la ciudad en beneficio propio de quienes la desgobiernan. Lo vimos el año pasado en el inicio de la Correduría al paso de la Virgen de la Hiniesta, dos veces quemada y otras tantas renacida de las cenizas como si el ave Fénix fuera el Ave María de San Julián. Pasaron las autoridades como pasan las vanidades del mundo. Y llegó el momento de la verdad. Había que arriar el paso y ahí se vio la mano de los Ariza, de la estirpe, del saber hacer las cosas como hay que hacerlas. Si levantar un paso es una demostración de fuerza, arriarlo es una obra de arte.
—Así se arría un paso…
Se lo dijiste a tu hijo, los dos rozando el respiradero del costero izquierdo. Tu hijo, que se bebía el instante con los ojos. Era Domingo de Ramos y Sevilla resplandecía. El año que viene no tendrás más remedio que buscar esa esquina, o la calle Larga de Triana cuando pase la melancolía en forma de palio redondo y rosa. Allí te encontrarás con esa dinastía que te ha acompañado durante toda tu vida. Porque es tu vida la que pasa cuando suenan los martillos y se estremecen las candelerías, cuando la voz seca como maroma del capataz ordena lo único importante en este mundo: «¡Venga de frente!» Es tu lema y tú lo sabes. Por eso regresa el repeluco cada vez que lo oyes en la calle.
Cuando todo se apague el Sábado, unos nazarenos guardarán la luz del Domingo de Ramos en la penumbra cerrada de San Lorenzo. En blanco y negro, como el traje que siguen llevando los Ariza que se fueron en las fotos de Jesús Martín Cartaya. En San Lorenzo, donde espera la Verdad hecha Hombre. Donde habita la Soledad la que le da sentido pleno al verso de Cernuda: «Soledad, ¿cómo llenarte sino contigo misma?»
(Foto by Arte Sacro)
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