jueves, 28 de enero de 2010

LA VIRGEN DE JOSÉ MIGUEL PÉREZ







El pasado martes, tan sencilla como partió, era presentada a los medios la ilustre paciente, tras su proceso de restauración. En el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico la Virgen de la Estrella, luz y faro de Sevilla, volvía a enfundarse en su capa y hábito blanco. Quizás nadie en ese momento recordase que el hoy IAPH, -una de las instituciones de restauración y conservación más prestigiosas a nivel internacional-, fue en su día Monasterio de religiosos cartujos cuyo hábito, de tergal y blanca pureza, también cubrían con una capucha. No hablaban, solo rezaban en silencio y trabajaban la huerta que hoy son los jardines colindantes, en los que un día plantara Cristóbal Colón el primer ejemplar de zapote traído de América.

En la iglesia de aquel monasterio tuvo su primera morada eterna el Almirante de Indias y su hijo Hernando, aquel que legase toda su biblioteca para fundar de unas instituciones de más prestigio, la Institución Colombina. Dicen de aquella iglesia que su testero estaba presidido por el monumental cuadro de La Virgen de las Cuevas, obra de Francisco de Zurbarán. Si por algo sorprendía Zurbarán es por su capacidad para plasmar los blancos en sus obras, ya fuese un encaje, ya fuese un mantel, ya fuese una jofaina, ya fuese la pura inocencia. Lo que nunca imaginó Zurbarán es que el martes su cuadro se convirtiese en realidad. Nunca estuvo una imagen más bella en su extrema sencillez. Nunca la Estrella fue más que nunca Santa María de la Cuevas.

Pero, por avatares históricos, aquel cenobio cartujo sería expropiado tras la desamortización de un gran "amigo" de la Iglesia, Mendizábal, en 1836 pasando a instalarse en el histórico edificio una fábrica de loza que con los años alcanzaría fama mundial bajo la marca de "La Cartuja". Tampoco pensó nunca Charles Pickman, cuando instaló allí su fábrica en 1841, que su mejor obra jamás saldría de sus manos, sino de las de María Teresa Real Palma, la restauradora de la Estrella, que le ha devuelto a su rostro y a sus manos la blancura nacarada que un día perdieron por culpa de un tal Peláez del Espino, que se decía llamar restaurador. Hoy su rostro brilla con la blancura cristalina de un perfil de porcelana, que se alegra solo con la suavidad de los frescores que iluminan su expresión de madre dolorosa amantísima.

Recuperamos a la Estrella tal como se fue, hermosa, cercana, contrita, dolida en su dolor, pues en sus meses de ausencia algunas cosas han cambiado. Le han estrechado su calle San Jacinto y la tierra sucumbió bajo sus pies, creando una fisura grande en Haití.

Ayer, sencilla, sin algaradas, se presentaba para pedir por los suyos, por sus niños haitianos de la guardería del cielo, para que entre todos cerremos ese herida que supura. Por eso, ahora más que nunca, exclamaremos, henchidos de dolor y de gozo: Madre de la Estrella, Señora de la Cartuja, ¡ruega por nosotros!

(Fotos by Pasion en Sevilla)

1 comentario:

  1. SINGULARIS MATER CARTUSIENSIUM

    Por no tener apego, que en la nada está el todo,
    ni hay nombre que posea ya tu ser inmaculado.
    Sólo tu belleza siempre te supera en lo infinito
    que se extiende como un desierto: tan cercano
    limpio, ardiente y lleno de silencios callados,
    que el cielo se une en ti, que eres su Estrella.

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