domingo, 3 de enero de 2010

GRACIA RODRIGUEZ BUZÓN y EL SEÑOR DEL GRAN PODER

El Señor del Gran Poder, en la Parroquia de San Lorenzo.

Mi Niño frito.

Desde el pasado día 1 de enero el Cristo de mi abuela, el Señor del Gran Poder, ya está de Quinario. Muchos se preguntarán quién era Gracia Rodríguez Buzón. Gracia Rodríguez Buzón era una buena mujer que vino a nacer circustancialmente en Trigueros, provincia de Huelva, pero que se sintió toda su vida de Carmona.

Para muchos estos datos no tendrán la más mínima importancia, de no ser porque Gracia, Gracita como le decían sus amigas y hermanos, era la madre de mi padre y por tanto mi abuela, además de mi madrina.

Mujer afable, buena y cariñosa, siempre supo, pese a las grandes adversidades que tuvo que soportar en vida, afrontar los reveses con una sonrisa. Y es a ella a quien debo mi devoción al Señor del Gran Poder, por habérmela inculcado desde pequeño. Ella fue motor esencial en el afianzamiento de mi religiosidad popular, con sus numerosas anécdotas, como los recuerdos de las tardes y noches, ya fuera verano o invierno, rezando el rosario con su hermana Pepa. Entonces, cuando aún no había comenzado a estudiar latín, me chocaba que a cada una de las invocaciones de las letanías marianas mi abuela respondiese con un escueto "Ora pro nobis".

Si especiales son mis sentimientos en torno a mi Niño frito, más especiales son las vivencias tenidas en torno al Señor del Gran Poder. Recuerdos de mi infancia, cuando, cada vez que estábamos en vacaciones, mi abuela Gracia me llevaba a ver al Señor y a besar su talón. Un ritual que comenzaba bien temprano, cuando tras levantarnos, nos trasladábamos hasta la Basílica para asistir a misa y posteriormente desayunar, -calentitos con café con leche-, en el cercano bar "El Sardinero", que ella completaba con una aspirina disuelta en el café y con la compra de un cupón de los ciegos, quizás en recuerdo de su hermana Soledad. "Si no toca, por lo menos ayudas a una gran labor" me repetía siempre.

De sus mil anécdotas recuerdo aquella entrañable historia de como la corona de espinas del Señor semejaba un serpiente enroscada, de como Sevilla lo llamaba el Divino Leproso, de sus continuos rezos para que yo naciese bien o de su angustia cuando, tras el incendio fortuito en su templo, temió por la pérdida del Señor y como al día siguiente estaba allí la primera para cerciorarse de que todo estaba bien.

Recuerdos de aquellas estampas impresas en papel, con el Padre Nuestro que escribiese Rodríguez Buzón, que mi abuela me ensañase a rezar:

"Padre Nuestro Gran Poder
danos tu paz amorosa
y tu cruz en cada cosa
que nos quieras conceder.

El pan nuestro merecer
al filo de cada día,
el alcanzar la alegría
de tu divino consuelo,
y el ir de Sevilla al cielo,
después de nuestra agonía"

En esta perpetua dualidad de Sevilla, si hace unos días nos alegrábamos del feliz parto de la Esperanza, ahora nos sobrecogemos en torno al Señor de Sevilla. Este mismo Niño, que derrama toda su inocencia, es el mismo que derrama toda su bondad desde el altar basilical. Es ahora, cuando estamos tan cercanos a celebrar la fiesta de la Epifanía, donde encontramos la primera manifestación del Gran Poder de Dios, del Señor, al que yo aprendí a querer a través de mi abuela Gracia.

(Entrada escrita en casa de mi gran amigo Alfonso González Palau, en la madrugada del sábado, después de una noche hablando de Dios, el arte y nuestra constante búsqueda de la belleza)

(Foto by: Fototeca de la Universidad de Sevilla y Archivo R. Ríos)

3 comentarios:

  1. Aquella que tanto lo quiso y nos inculcó a fuego a todos los suyos la devoción al Señor, que quiso que tu nacieras un viernes y ella se fuese un viernes, esa buena mujer interceda por tí desde lo alto del cielo para que todo te salga como tu te mereces. Bofetero

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  2. Allá donde el orbe se hace infinito,
    cerrado como una bóveda clavada
    de puntas de estrellas, la luz
    de nuevo se diluye y otra vez estalla
    en líneas imposibles que a los ojos,
    no son nada. Qué grande es el misterio
    de no ser y no saber. Sin yo, sin tú:
    perdidos siempre en el abismo solemne
    de tu paso que escampa peso de amor,
    dolor, figura, torsión, herida y cruz.
    ¡Qué grande es tu poder, que vence
    vive, redime, resucita, asciende y salva!




    Para Gracia Rodriguez Buzón, llena seguro ya de Gracia por ver el tiempo y todo a los ojos del Gran Poder de Dios.

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