De muchas formas podría interpretarse lo vivido anoche en la Basílica de la Macarena. Muchas son las "claves macarenas" que podría entresacar de ello. La vuelta de un familiar mío a su Junta de Gobierno. La rotundidad de un triunfo refrendado con la larga ovación con la que se recibió a nuestro Hermano Mayor, sin conocer aún el resultado final de las elecciones, en el interior del cenobio macareno. El Cabildo de Cuentas más numeroso, en cuanto a su asistencia, de los últimos años. O el ejemplo del ejercicio de democracia que los macarenos dimos al mundo, a los que mandan y a los que creen mandar, que nunca la democracia fue bien vista por las altas jerarquías de la Iglesia, pues escapaban a su control.
No hace tanto tiempo, que dónde hubo baculazo arzobispal, se contestó con manteca derretida teñida de añil que las vecinas del barrio lanzaban por las ventanas para contestar la osadía de pretender meter en cintura a los macarenos. Porque nuestra osadía es inversamente proporcional a la devoción universal de Nuestra Madre y Señora de la Esperanza.
Pero lejos de lo que pueda parecer, nuestra Hermandad está construida de pequeñas historias, de retales, de detalles, en los que la suma de los mismos la hicieron tan grande. Podría hablarles de muchas cosas, pero me quedo con esta historia íntima, cercana, familiar.
Anoche, un amigo, un hermano de la Esperanza cumplía el sueño, el anhelo de muchos macarenos: ser prioste de sus Titulares. Como lo fueron el recordado Pepe Mena Martagón o Miguel González de la Bandera. Y es que Jerónimo Núñez Sánchez, Jeromi para los amigos, pasará a desempeñar el cargo de prioste de Ntra. Sra. del Santo Rosario.
Nuestra relación ha sido como el discurrir de nuestras vidas, con constantes idas y venidas, con momentos de felicidad y también de roce y disputa, pero sin jamás perder el sentido de la amistad y bien hacer macareno. Conocí a Jeromi, lo mismo que a su hermano Lolo, cuando yo era acólito de la Hermandad de la Macarena e integrante de su Juventud, con poco más de quince o dieciséis años.
Entonces los hermanos Núñez ya pertenecían al cuerpo de monaguillos, a los que en muchas ocasiones acompañé a los partidos de futbito que la mañanas de sábado, -primero en el Gimnasio Atlas y luego en los campos de la Ronda de los Tejares-, la recordada María Isabel Gil Delgado había organizado contra otros equipos. También con ellos disfruté de varias Madrugás junto a la Virgen de la Esperanza, cuando portaban en sus bolsas el carbón y el incienso. Jeromi, todo mesura, clavaba constantemente sus ojos en nuestra Esperanza, quizás vislumbrando ya altares de cultos para nuestra Virgen, mientras Lolo, puro nervio, se entretenía en apartar, con toda suerte de artimañas y gracias, al respetable que se agolpaba junto al paso, impidiendo el discurrir de la cofradía. Eran la sal y el azúcar. El agua y el aceite. Pero ambos eran, sobre todo, macarenos.
Fueron pasando los años, no muchos, hasta que Jeromi ingresó en la Juventud Macarena como concatenación lógica, tras su paso por los monaguillos. Allí crecimos en la formación en materia de liturgia que el recordado D. Francisco Rabanera se encargó de inculcarnos, para que los acólitos macarenos fuéramos siempre los mejores. Y allí, entre juegos, convivencias, concursos de cultura cofrade, fuimos soñando en ser algún día priostes de nuestra Hermandad. Otros quizás aspirasen a cuotas mayores, nosotros nos conformábamos con poner aquí o allí este candelero, en ir a recoger las jarras con las flores, o vivir como un acto muy especial, aquella primera vez que por indicación de mi tío Pepe Orellana subíamos al Señor de la Sentencia al altar o a la Virgen del Rosario a su paso.
Aún recuerdo con especial emoción la Madrugá de 1996, por como se sucedieron los acontecimientos. Jero estaba previsto que saliese con un cirial en el Canopeo cuando de repente salta la sorpresa. De manera incomprensible el pertiguero del paso de palio renuncia a salir, argumentando no se que derechos adquiridos; horas antes de salir la cofradía se producía una baja entre los acólitos. Aquel año, por una promesa personal, decidí intercambiar mi puesto como acólito de la Esperanza para salir con el Señor de la Sentencia. El puesto me lo cedió Fran Castilla, hoy costalero del palio, quien se pasó al cortejo de la Virgen. Casi de inmediato los acólitos más veteranos lo tuvimos claro: ese puesto tenía que ser para Jero. Y así se hizo. Su cara era un poema, languidecía, casi no atinaba a cambiarse de ropa, al soltar la dalmática blanca de brocado por la juamanuelina de terciopelo granate y negro. Sentía la responsabilidad del novillero que debuta en la Maestranza. Aquel sueño de ser acólito de la Macarena por fin se cumplía.
Iniciaba su Estación de Penitencia la Hermandad de la Macarena con la alegría y el fervor que siempre la acompañaban. En el bullicio de la calle Feria un cara nerviosa, ojeriza, con los ojos enrojecidos de haber llorado, escudriñaba entre la muchedumbre buscando a su hijo, tal como hiciese la Virgen María en la calle de la Amargura buscando a Jesús. Al pasar a su lado le dije: "no lo busques aquí, no va el Canopeo, va en el palio con un cirial...", rompiendo los dos a llorar y fundiéndonos en un abrazo.
Y la vida siguió pasando y aunque los derroteros nos llevaron por diferentes caminos, jamás dejamos de vernos, para reencontrarnos cursando la misma licenciatura, la de Historia del Arte, en la centenaria Universidad de Sevilla. Entonces él ya había sido escogido entre los elegidos para formar parte de la cuadrilla de costaleros del Señor de la Sentencia, mientras que yo aún aspiro a serlo algún día. Por lo pronto me consuelo con ser su aguaor, perfecta simbología de nuestra común formación en arte. ¿Existe acaso cuadro más perfecto que "El Aguaor de Sevilla" de nuestro idolatrado Velázquez? Sinceramente, no lo creo.
Hoy mi amigo Jeromi cumple nuestro sueño, el de aquella generación que vivió su hermandad de manera intensa, que creció, que se enamoró, que se hizo cofrade y mejor cristiano a los pies del Señor de la Sentencia, la Virgen del Rosario y la Virgen de la Esperanza. Mi reconocimiento y mis palabras de elogios son para tí, pues estoy seguro del acierto de tu elección. Formación, gusto y paladar macareno te sobran a raudales. Y lo mejor de todo es que podré compartir esta dicha contigo.
Un abrazo amigo, hermano. ¡Te quiero tela!
(Foto by www.manuelgarciagarcia.com)