sábado, 9 de julio de 2011

UNO DE LOS NUESTROS

Se retira un señor, pero quedará por siempre su recuerdo y su labor en la cuadrilla del Cristo de la Sentencia

Miguel Loreto Bejarano, durante su intervención para agradecer la presencia de los asistentes
a su homenaje

Costaleros, antiguos y actuales, de la cuadrilla del Señor de la Sentencia, junto al homenajeado, Miguel Loreto Bejarano

En el homenaje a Miguel Loreto, con los hermanos Luis Miguel y Moisé Sánchez Fajardo y Antonio García Rodríguez, Secretario de la Esperanza

Invitación para asistir a la cena-homenaje a D. Miguel Miguel Loreto Bejarano y D. Ignacio Guillermo Prieto

El pasado jueves asistimos a un acto de justicia, como fue el homenaje tributado a dos macarenos de pro, Miguel Loreto Bejarano, Capataz del Señor de la Sentencia durante treinta y tres años, e Ignacio Guillermo Prieto, Capitán de la Centuria Romana Macarena en la última década.

Poco puedo decir de la valía de Ignacio Guillermo como Capitán, pues eso corresponde a otros hermanos macarenos, integrantes o aspirantes de la Centuria Romana, que conocen a la perfección la bonhomía de este hombre.

Pero si puedo hablar de Miguel Loreto, de mi CAPATAZ, con mayúsculas, pese a que jamás he sido su costalero, porque él ha sido el corazón, morado como la púrpura, que ha mandado los corazones de muchos macarenos que en estos años han paseado a mi Cristo de la Sentencia.

Recuerdo una discusión que mantuve en una ocasión con un capataz sevillano, en la cual él me conminaba a que le dijese cual era, a mi juicio, el mejor capataz de Sevilla. Mi respuesta fue clara: D. Miguel Loreto Bejarano, por una razón sencilla, porque él era quien comandaba el paso de mi Cristo. Poco me importaba lo demás, su falta de técnica, su falta de oficio, etc., porque, por encima de todo, al frente de mi Cristo se encontraba un macareno, un macareno de corazón púrpura para el que su norte y su guía eran el Señor de la Sentencia.

Y es que, si por algo destacaba Miguel Loreto, era por su gran corazón, que le impedía actuar incluso contra quienes le ponían zancadillas, pues eso sería ir contra un macareno. Hoy os cuento una vivencia tenida junto a él, que me conquistó para siempre y que me hizo guardarle por siempre la cara y el respeto.

Corría el año 1997, en el que yo entonces actuaba como acólito macareno en el paso del Señor de la Sentencia. Fue una estación de penitencia difícil, pues solo unos meses antes no enteramos de que mi madre debía someterse a una operación, con la duda de si aquello que debían extraerle sería maligno y escondería una enfermedad mucho peor.

A la altura de la calle Parras, y tras un soberbia saeta de Pastora Soler desde el balcón de los Pavón, ya no pude aguantar más y rompí a llorar, soltando en mis lágrimas toda la tensión acumulada, toda la rabia y todo el miedo que me había tragado durante la larga jornada de la Madrugá, donde las vivencias y los recuerdos empezaban a agolparse en mi cabeza. Solo la posible pérdida de mi madre, en aquellos años, me embargaba en una desazón que no por desconocida, quería que volviese a repetirse.

Desconozco quien se lo diría o cómo se enteró. Solo sé, que en la esquina de Parras con Escoberos, Miguel me llamó, ante con mis ojos llorosos, llamó al paso para dedicarme una levantá, para mi madre se pusiese buena y pudiese acompañar a mi Cristo muchos años. ¿Hizo el Señor de la Sentencia el milagro cotidiano de que al final todo quedase en un susto y no hubiese nada maligno en aquella extracción? No lo sé. Lo que si sé es que yo vi alzarse a los cielos, como una oración, la mayor plegaria conjunta que jamás un grupo de macarenos había realizado.

Desde entonces supe que mi Cristo sería por siempre el Señor de la Sentencia y que Miguel Loreto sería por siempre mi capataz, pese a que nunca haya tenido el privilegio de ser su costalero. Es por ello que para mí, Miguel Loreto será siempre..."uno de los nuestros".

(Foto by Moisés Sánchez Fajardo, Fran Narbona y web Hermandad de la Macarena)

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